Un joven llegó
hasta su casa y, al mirarse en los bolsillos, se dio cuenta que había perdido
la llave de la puerta. Entonces empezó a preguntar a todos los viandantes si
habían encontrado una llave. Nadie la había hallado. El hombre, muy
desconsolado, comenzó a lamentarse en voz alta: ¿Qué haré ? ¡ Pobre de mi ! No
puedo entrar en mi casa. La puerta no se puede abrir. ¿ Hasta cuándo tendré que
estar aquí esperando?.
Pasó otro joven por
allí y escuchó los lamentos del muchacho. Se aproximó a él y colocó su mano
franca sobre el hombre que se autocompadecía por su pérdida. Le dijo:
Amigo, no te
desanimes. ¿ Por qué tanta amargura y desconsuelo? Tu puerta está cerrada, pero
esta es tu puerta y es tu casa. Sé paciente. No te angusties, no te dejes ganar
por la zozobra. Si sabes esperar, tu puerta se abrirá y podrás penetrar en tu
acogedora casa. Paciencia, pues, amigo mío.
El joven que había
perdido la llave, miró a los ojos de aquel desconocido. Era la mirada del que
está solo, irremediablemente solo. En esos ojos insondables, había un destello
de tristeza, sí, y de búsqueda sin encuentro, y del camino sin meta cercana, y
de viaje sin término próximo. Y el desconocido agregó:
Al menos tú, aunque
cerrada, tienes una puerta y tienes una casa. ¡ Qué diera yo por tener una casa
aunque su puerta estuviera cerrada! Tú amigo mío, no tienes llave porque la has
perdido. Yo no tengo ni llave, ni puerta ante la que detenerme, ni casa en la
que refugiarme. Y sin embargo, espero sin impacientarme.
El Sabio
declara: Si has encontrado tu vía, se paciente. Las puertas se cierran, pero
esas mismas puertas se abren si eres paciente y perseveras en la búsqueda.
De Cuentos del Tibet de Ramiro Calle